Una lectura difícil
El boletín del domingo
Una lectura difícil .
El de hoy iba a ser un boletín complejo, me iba a tomar mi tiempo, quería elaborarlo con cuidado. Lo empecé a escribir ayer, en la Filmoteca, desde la butaca donde me quedé clavada, sobrecogida, cuando apareció el fundido en negro con el que concluía DAU. Natasha.
Fui sola. En mi cabeza, cuando empecé a escribir esta nota, sabía que me llevaría un tiempo explicarme, que iba a ser difícil, quería escribir para la gente que se ofende muchísimo por las cosas que ofenden muchísimo a otra gente, películas que supuestamente ahora no se podrían rodar, etc. Quería encontrar un punto de encuentro. Me venía al pelo la historia en torno a Natasha, que se exhibió en la Berlinale y donde la violencia contra una mujer se ejerce con saña y con arte, con mucho arte, del bueno, del que disgusta, del que se te mete en las tripas y luego no sabes qué hacer para quitarte todo ese malestar. Se trata, por encima de todo, de una película eficaz. «Muy rusa», dijo el muchacho que nos la presentó a los tres o cuatro gatos que fuimos a verla.
No dejo de preguntarme por el director, o directores, que son dos. Cómo habían podido hacer algo así. No juzgándoles, ojo, que os veo, me lo preguntaba con curiosidad. Me gustaría poder preguntarles y que me explicaran cómo lo hicieron. Ya buscaré entrevistas, que me imagino que les habrán preguntado hasta la extenuación.
También me preguntaba por el trabajo de la actriz, que a mí me parece que le ha tenido que dejar alguna secuela. Luego leí que, ante la insistencia de la prensa, habían salido ella y su compañera de reparto a decir en una rueda de prensa que había sido consentido. Pensé en las mujeres que voluntariamente se prostituyen, o en las que un día se levantan y alquilan, en buena y justa lid (esto es ironía bruta) su cuerpo, su útero.
Lo peor, lo que llevo peor, es que, en el fondo, el resultado, vuelvo a la película, es tan bueno, apabulla de un modo… Se lo intentaba explicar a mi hija (18 años hace el martes) y ella, que necesita la seguridad de llegar a algún sitio, insistía: ¿Pero entonces te parece bien o te parece mal? Y yo me resistía a decir que me parecía bien, no era capaz. Tampoco mal. Le digo, en su lugar, que lo que yo iba es a escribir sobre los pelmas que están en contra de lo políticamente correcto, entre otras, por esa suerte de censura que impediría que una película como esta, que se ha exhibido en la Berlinale y en el festival europeo de Sevilla del año pasado, nada menos, viera la luz.
—¿Cómo? —insiste, mi hija, que levanta como su madre una de sus cejas cuando no entiende algo.
Así que se ha ido a dibujar sin entender un pimiento. Como yo. Porque todo esto no es para contarlo a todo meter en un boletín en el que debería haber podido hablar con tranquilidad de una novela a la que he vuelto estos días y que os recomiendo, palabra de distribuidora honesta y comprometida:
«Ninguna forma del fracaso corriente —ni la enfermedad, ni la ruina, ni el fallo profesional— halla un eco tan profundo y cruel en el subconsciente como la separación. Esta toca directamente la raíz de todo miedo y lo despierta. De un golpe remueve la última profundidad a la que llega nuestra vida.Arrancado sin respiración de un sueño breve y ahogado. La certeza aterradora ¡el corazón ya no late, está parado! ¡Ahora, tu última oportunidad, despertar, comprender la situación, dar masaje a tu propio corazón quieto! Dije: es completamente imposible soportar este estado por más tiempo.
Nada más enloquecedor que quedarse solo a un extremo del diálogo».
Se trata de La dedicatoria, de Botho Strauss.
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