Esta semana, en la sección En torno a la traducción hemos charlado con Antonio Sáez. Sáez ha sido director editorial del sello portugués Minotauro, dedicado a la narrativa española contemporánea y perteneciente a Edições 70 (Grupo Editorial Almedina), y es en la actualidad director de la colección de autores portugueses de la editorial #librerante La Umbría y la Solana. Además, dirige Suroeste, revista de literaturas ibéricas.
Se ha dicho por aquí que traducir es leer en profundidad. ¿Qué es para ti traducir?
A mí me gusta pensar que traducir es leer los textos al trasluz, para ver su interior sin dejar nunca de estar pendiente de su superficie.
¿El traductor debe tener algún tipo de formación y, sobre todo, esa formación tiene que pasar por el ámbito institucional?
El traductor debe tener formación lingüística y cultural, y cuanta más, mejor. Una de las formas posibles para adquirir esa competencia es en el ámbito institucional, es decir, en las universidades y centros de formación, sí. Pero ¿es el único camino para llegar a ser un buen traductor? Probablemente no.
¿Creéis que en este país se reconoce la labor de traductores? Viene esto a colación por una frase de José Saramago que dijo algo así como que «los traductores son los otros autores» y creo que también dijo que sin traductores no habría literatura universal. ¿Un traductor es también un escritor?
El traductor literario es obligatoriamente un escritor.
Además de lo obvio, como es el dominio de los idiomas de salida y de llegada, ¿qué características crees que debe tener una buena traductora o un buen traductor?
El conocimiento lingüístico es fundamental, sobre todo en las lenguas cercanas, donde muchas veces se producen situaciones de un cierto «intrusismo», por pensar que cualquier traductor puede serlo del portugués o del italiano, por ejemplo. Creo que es fundamental el conocimiento de las dos literaturas nacionales con las que se trabaje, la de partida y la de llegada.
¿Qué tipo de herramientas —además de diccionarios y gramáticas— existen en la actualidad? Hablo, por poner un ejemplo, de programas tipo Trados. ¿Os servís de ellas, os son útiles?
Uso varias herramientas digitales, sobre todo diccionarios variados y bases de datos. Y también voy construyendo poco a poco una memoria de traducción personal de aquellos autores de los que voy traduciendo varios libros a lo largo del tiempo, para mantener la coherencia interna entre esos volúmenes.
Cuéntanos sobre una palabra o expresión que te haya resultado particularmente difícil traducir, ¿cómo lo resolviste?
En el caso de la traducción del portugués, el tópico siempre nos habla de la traducción de la palabra «saudade», que yo no traduzco, por ser habitual en nuestra literatura (especialmente en la lírica) hasta las primeras décadas del siglo XX.
¿Qué te parece toda la controversia en torno a la traducción de la obra de Amanda Gorman? Por lo que se publicó en Vasos Comunicantes (revista de ACE Traductores) y luego se vio en las redes, ha generado mucho debate entre el sector.
Un traductor es siempre un mediador cultural, una especie de ventrílocuo que presta su voz a otro autor.
Al hilo de esto, ¿la poesía requiere de una empatía más intensa que la prosa?
Me cuesta pensar que un traductor responsable no dé todo de sí ante un texto tan solo porque no sea de su cuerda estética…
¿Cuál es la traducción que más te ha gustado de las que has hecho? O de la que te sientes especialmente orgulloso. ¿Por qué?
Me siento orgulloso de mi traducción del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa, en Pre-Textos. Le dediqué mucho trabajo; y también de las últimas novelas de António Lobo Antunes, en Random House, con las que disfruto y aprendo muchísimo.
Los últimos títulos de la Colección Autores Portugueses de La Umbría y la Solana que dirije Antonio Sáez




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