Lo distante pierde distancia cuando se va hasta allí. Los lugares
más lejanos son aquellos en los que nunca se ha estado. Cuando
se ha ido a un lugar, aunque para ello sea necesario atravesar
el planeta, ya se sabe que es posible hacer ese camino. Deja de
pertenecer a lo desconocido sin detalles, gana formas imprevistas.
Hay vida allí como hay vida aquí.
1 EN UNA DE LAS CAJAS DE PLÁSTICO había una cabeza de bebé. En otra caja estaba el pie derecho de un niño, cortado en tres partes. Había otras dos cajas con pedazos de piel tatuada, y en la última había un corazón humano. Las cinco cajas de plástico estaban distribuidas en tres paquetes, que fueron entregados en la oficina de correos del Centro Comercial MBK, junto a Siam Square, dirigidos a tres domicilios de Las Vegas: Eugene Johnson, 3070 W Post Road; R. Jene, 2697 Ruthe Duarte Avenue; y Ryan Edward McPherson, 2913 Bernardo Lane. Esos envíos fueron expedidos como «juguetes para niños», pero no llegaron a salir de Bangkok.
2 LOS OJOS DEL PÁJARO eran dos puntos clavados en el negro absoluto, como si existiese una noche enorme por detrás de ellos, como si aquellos pequeños puntos fuesen la única comunicación entre este mundo y esa noche infinita. En el interior de la jaula, el pájaro no sabía cómo huir del miedo: todos sus instintos eran inútiles, su experiencia no le garantizaba lo que iba a suceder. Yo sujetaba la jaula con las dos manos, era de madera ligera. Su peso contenía el del propio pájaro: gramos de pánico. A nuestro alrededor todo era mucho más pesado: los bloques de piedra del templo Wat Traimit, muros de piedra, escalones de piedra que llegaban hasta allá arriba, al altar del Buda de Oro, Phra Maha Suwan Phuttha Patimakon, la mayor estatua de oro macizo del mundo, cinco toneladas y media. Hasta el aire era pesado —espeso, húmedo, caliente como sopa, como tom yam picante, hierba limón—, hasta el cielo era pesado. El humo de incienso subía hacia el cielo, se mezclaba con él, lo teñía. Bangkok entera subía al cielo: avenidas llenas de tráfico, millones de voces. El templo Wat Traimit se sitúa en Chinatown, en el centro de un laberinto. La única salida, me parecía, era el cielo. Abrí la puerta de la jaula. El pájaro se encogió durante unos instantes, con miedo del firmamento, conociendo su tamaño mejor que yo. Y, de repente, salió disparado. No dio tiempo para que Makarov le sacase una fotografía. A petición mía, Makarov estaba con la máquina preparada para registrar el momento en que soltase el pájaro —libertador vanidoso de pájaros—, pero ese segundo pasó demasiado deprisa. Solo conseguimos levantar la cabeza y verlo desaparecer. En el budismo tailandés la idea de karma dio origen a la idea de hacer méritos. La idea de hacer méritos dio origen a la liberación de pájaros. La liberación de pájaros crea una positividad que, más tarde, regresará a su autor. Es una lógica perversa cuando se sabe que antes esos pájaros eran libres. Fueron capturados y enjaulados apenas con el propósito de venderlos —cien bahts— y volverlos a liberar. Pero en aquel momento yo no pensaba en eso.

3 TODAVÍA SOY CAPAZ DE SENTIR EL OLOR de la tienda del señor Heliodoro. Subía el escalón que daba acceso a su interior: artículos para toda la familia, apilados en el suelo, ordenados en estanterías, colgados del techo en cordeles, expuestos en vitrinas de cristal que el señor Heliodoro abría con una llave. La tienda olía a la mezcla de muchas piezas nuevas, a sus colores: rollos de tela que medía con un metro de madera, baldes, escobas, fregonas de estropajo, juguetes de Navidad, tubos de pegamento, tijeras, calzadores, cordones, moldes para tartas. Pieza a pieza, las mujeres compraban el ajuar de sus hijas en la tienda del señor Heliodoro. Yo tenía menos de doce años —la edad de mi hijo pequeño—, llegaba con algunas monedas, quizás un billete de veinte escudos, subía el escalón que daba acceso a su interior. El señor Heliodoro sabía que era el guardián de un vasto tesoro. Se ajustaba las gafas e, indiferente, contaba las vueltas que colocaba en el mostrador. Ese dinero lo había ido yo guardando en las visitas a casa de mi madrina, que lo seleccionaba con solemnidad de su monedero. Tardaba en escoger una jaula: probaba los muelles de la puerta, comparaba los colores. Pocos días después, aquellas rejas de plástico las ocuparía un grillo recogido en los campos que rodeaban la carpintería de mi padre, a lo largo de la carretera del campo de fútbol. En las tardes enormes de primavera o verano pasaba el tiempo observando a estos animales: las antenas, la cabeza redonda, brillante y el relieve de las alas, esculpido con adornos. Les daba hojas de lechuga y les limpiaba la jaula en la que, un día, aparecían muertos.
4 EL CORAZÓN TENÍA LA MARCA DE UNA PUÑALADA. El pie había sido cortado horizontalmente en tres partes. La cabeza de bebé tenía los ojos cerrados, como si se hubiera enfadado antes de adormecerse. En uno de los cuadrados de piel estaban tatuados unos símbolos mágicos y budistas —llamados sak yant—, en el otro había un tigre. No fue posible identificar a quién pertenecían los restos humanos encontrados en las cajas, estaban sumergidos en formalina hacía demasiado tiempo. El periódico The Nation del 17 de noviembre de 2014, lunes, explicaba que muy probablemente los habían robado del museo médico del Hospital Siriraj, en Bangkok, el mayor y más antiguo hospital del país. La policía indicó que la cabeza, el pie, el corazón y los rectángulos de piel tatuada habían sido comprados en el mercado de Khlong Thom. Por su parte, los sospechosos declararon que estaban paseando en «tuk tuk» por un lugar que no recordaban cuando encontraron aquellos pedazos de cuerpo humano; entonces, como broma, decidieron enviárselos a algunos amigos de Estados Unidos, solo para asustarlos. Cuando tenían veintipocos años, los dos sospechosos crearon, produjeron y dirigieron los vídeos Bumfights. Ryan Edward McPherson y Daniel Tanner se hicieron famosos en internet por haber filmado, en California y en Las Vegas, una serie de cuatro películas con personas sin techo. A cambio de dinero, alcohol o comida, estos sin techo pelean entre sí o hacen acrobacias que siempre acaban mal. Ruffus Hannah y Donnie Brennan eran dos sin techo alcohólicos y amigos. Protagonizaron algunas de las escenas más conocidas de las cuatro películas de la serie Bumfights. Durante los rodajes, Hannah le pegó a Brennan con tanta violencia que le partió una pierna por dos sitios e hizo falta una intervención quirúrgica. Hannah, por su parte, sufre de epilepsia debido a su participación en estos vídeos, que incluyó tirarse escaleras abajo en un carrito de supermercado o lanzarse repetidamente de cabeza contra paredes y puertas de metal. También les pagaron para que se hicieran tatuajes. Hannah se tatuó la palabra «Bumfights» en los dedos, Brennan se la tatuó en la frente. De media recibieron unos diez dólares por cada una de estas «hazañas». Otras escenas de las películas, con otros protagonistas, incluían adictos recogiendo piedras de crack de lugares de difícil acceso, peligrosos, o prendiéndose fuego al pelo, o arrancándose los dientes. En 2003 surgió una banda poco habitual de jóvenes blancos de familias de clase media, llamado 311 Boyz, que, influidos por estos vídeos, empezaron a perseguir a los sin techo de Las Vegas y a filmarlos. Esta banda llegó a tener cerca de ciento cuarenta miembros. Después de un proceso judicial, los productores de Bumfights fueron condenados a pagar a Hannah y a Brennan una cierta cantidad de dinero. Ese valor nunca se hizo público, pero se supone que debe de haber sido considerable, dado que los vídeos produjeron muchos millones de dólares en ventas. En Tailandia, en el interrogatorio estuvo siempre presente un representante de la Embajada de Estados Unidos. Los dos sospechosos fueron puestos en libertad, con la condición de que regresasen para dar más explicaciones a la semana siguiente. En el momento en que escribo esto, están en paradero desconocido.
5 FARANG ES LA PALABRA QUE LOS TAILANDESES USAN para referirse a los extranjeros occidentales blancos. Hace más de cuatrocientos años, los mercaderes portugueses llevaron las primeras guayabas a Tailandia. Entre muchas otras hipótesis, esa es una de las razones probables de que se llame farang a los extranjeros blancos. En tailandés, guayaba se dice farang. A veces, entre otros sonidos, es posible distinguir las sílabas de la palabra farang. Acompañada por prefijos, sufijos u otras palabras, se usa también como parte de los nombres de productos que llegaron de la mano de los extranjeros blancos: patata se dice man farang; chicle se dice mak farang; cilantro se dice phak chi farang. A los turistas occidentales blancos de bajos recursos —sandalias y mochila—, los tailandeses les llaman farang khi nok, que significa literalmente farang-caca-de-pájaro.
Peixoto es una de las revelaciones más sorprendentes de la literatura portuguesa reciente. No tengo ninguna duda de que es una promesa segura de un gran escritor. José Saramago
© de las ilustraciones, Hugo Makarov
Librerías —especialmente— recomendadas
