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Mujeres con cerezas como aretes en las orejas o la sequedad de los baobabs

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Mujeres con cerezas como aretes en las orejas o la sequedad de los baobabs
(cuando ni los de aquí ni los de allá nos quieren)

Desde Camino de libros os traemos la última selección de este club de lectura: El retorno, de Dulce María Cardoso y la crítica realizada sobre la obra

El retorno [Dulce María Cardoso]

El retorno se enmarca dentro de la odisea de los que fueron nombrados con muy distintos apelativos: africanistas, colonos, ultramarinos, repatriados, desalojados, refugiados o fugitivos. De los que el Gobierno de aquel país naciente de la revolución de los claveles optó por llamar «retornados» a los que, tras la declaración de independencia de las últimas colonias portuguesas en 1975, fueron obligados de un día para otro a abandonar sus casas en Angola, Mozambique o Guinea-Bisáu.

Una historia, ahora re-memorizada por la autora que vivió en sus propias carnes con 11 años, en la que una avalancha de familias fueron ubicadas, en un transitado puente aéreo, en hoteles de la Metrópoli durante casi un año, con el consiguiente impacto que supuso para sus habitantes la llegada de aquellos familiares de ultramar con los que solo se habían relacionado carteándose en fechas señaladas.

La novelista sabe de lo que escribe, pues ella misma vivió su infancia en el país africano y experimentó en carne propia lo que supuso para todos aquellos expatriados que venían de países más abiertos en costumbres, donde hasta las mujeres podían moverse con cierta libertad, la naturaleza era generosa y los colores adornaban la vestimenta de la gente y, en cambio, llegar a un pequeño país de inviernos húmedos y fríos, melancólico y, a pesar de la reciente revolución, muy conservador: «Fue primero una desilusión y después una sensación incómoda por estar rodeados, de repente, por gente que no conocíamos y por lo que tampoco éramos bien recibidos». Eran observados con desconfianza, juzgados como colonos explotadores y no se comprendía su constante añoranza por África (la cual persiste aún hoy día).

En una apuesta por una memoria sensible e íntima, la autora nos cuenta la historia a través de un muchacho (Rui, cuyo significado es «desaparecido») que junto con su madre y su hermana (el padre queda retenido y no puede acompañarlos) salen huyendo de Angola y son albergados en un hotel de lujo, reconvertido en albergue de exiliados.

Y nos revela con intensidad desde un primer momento el drama de tener que decidir entre las cosas que se dejan y las que se van, así como las expectativas de que lo nuevo signifique una vida mejor, pero con la inquietud de la espera en el reencuentro familiar.
El joven Rui nos va relatando los hechos con la sabiduría de la inocencia: es capaz de observar lo que pasa y al narrarlo lo deja en evidencia. Por un lado están los sentimientos: el miedo, la incertidumbre y el terror, y por otro lo que pasa afuera, especialmente la violencia racial, la segregación y la injusticia. Por él también conocemos las características de su propia historia familiar repleta de elementos biográficos y sociales.

A medida que el libro avanza, Rui va creciendo. Ya no es el niño que abandonó Angola pensando en «los aretes de cerezas de las muchachas de la metrópoli». Ahora vive en una habitación de hotel, teme por la salud de su madre, cree que su padre ya no regresará y planea estrategias para salvar a los suyos del destino desgraciado que amenaza a la mayoría de los retornados.
Y en esa espera va haciendo una serie de descubrimientos relacionados con la identidad, el amor, la libertad y el arrojo de quienes lo han perdido casi todo, excepto la ambición de un milagro.

La novela es, pues, una radiografía de la pérdida, en la que no se hacen además juicios de valor, transmitida con un lenguaje sencillo a través de un adolescente y con un estilo algo peculiar en su ortografía (la escasez de puntuaciones) que obliga al lector a un sobresfuerzo para seguir el hilo de lo que acontece en su relación temporal —presente, pasado—, ya que como dice su traductor J. Pizarro el ritmo es incesante, como una respiración y la puntuación responde a esa vista de vértigo, ya que la autora libera la prosa –como un monólogo improvisado y, en ocasiones, algo redundante— al vaivén del recuerdo para impedir que sea olvidado.
Una temática que a algunos lectores españoles les toca en la fibra sensible, por su parecido, con hechos no muy lejanos en relación con el abandono también de nuestras colonias africanas.

Vicente Morán. Club de Lectura caminodelibros.com


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Sobre la autora

Dulce María Cardoso (Trasos Montes, 1964) aunque nació en la región de Trasos Montes, al noreste del país lusitano, pasó su infancia en Angola. Regresó a Portugal en 1975, al lado de muchos otros retornados que volvían tras la independencia de las colonias portuguesas.

Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Lisboa y trabajó como abogada antes de dedicarse, a tiempo completo, a la escritura. Ha escrito Campo de sangre (2002), su primera novela, galardonada con el premio Acontece de Romance, Mis sentimientos (2005), distinguida con el Premio Europeo de Literatura, y La tierra de los gorriones (2009), a la que se le concedió el Premio Ciranda.

Su cuarta novela, El retorno, recibió el Premio Especial de la Crítica (2011) en Portugal. Por esta obra a la autora le otorgó el Estado francés la condecoración de Caballera de la Orden de las Artes y las Letras (2012).

«El retorno es un homenaje a la literatura que Flaubert volvió a inventar y que Cardoso sigue inventando desde que, muy joven, descubrió su vocación».

Jerónimo Pizarro

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