Marisa Mañana viene de un lugar lejano, de esos que cuesta situar en los mapas, Niefang, la segunda ciudad más poblada de Guinea. Llegó a Madrid con sus padres, «cuando aún cabía en una caja de zapatos del 45», tras un viaje en barco de seis días. Ya se dijo en anteriores entregas lo que nos gustaron sus cuentos, los que se recogen en Como nosotros (MilMadres, 2022); por eso nos la hemos traído a este rincón, queríamos charlar con ella sobre lo que escribe, cómo es que acaba dando clases de escritura creativa, escribiendo cuentos, levantando tantas pasiones… La presentación en Cafebrería fue un éxito total, enviamos casi todos los libros que teníamos en el almacén y aún así no fueron suficientes. Había que hacer por conocerla mejor.
Me encuentro con una mujer que sonríe todo el rato, se muestra tranquila y agradecida, diría que está contenta sin aspavientos, y que vive con ilusión.
Te tengo que decir que me ha sorprendido tu libro. Leí del tirón el primero de los cuentos.
Pensé mucho sobre cómo quería colocar los cuentos. Te diría que el primero, «Fantodio o la enfermedad de los sanos», hace de vestíbulo. Y el último, que da además nombre al libro, «Como nosotros», es la habitación del fondo. Si hubiera que quedarse solo con dos, serían estos dos, sin duda. Esa primera impresión, la del primero, a modo de invitación, y el último, en el fondo, para acabar de conocer la casa, como si se la estuviera enseñando a alguien, a un amante que llega de visita. Verna Myers dice que la «diversidad es que te inviten a una fiesta. Inclusión es que te saquen a bailar». A mí me gusta pensar en el paisaje narrativo igual que en el paisaje de la vida: diversidad de razas, de miradas, de opiniones… Así, el primero es más político, el último más emocional, más íntimo. El resto es una mezcla de tonos, de temas.
Por ejemplo, me interesa mucho el mundo de las mujeres de 50 en adelante. Ahí estaría el tercero de los cuentos, «Ilsa». Repecto a las mujeres de mi edad, yo tengo 52 años, tengo una sensación como de arrinconamiento. A esta edad los hombres son viejos verdes y las mujeres no tienen deseo. Me gustaría romper ese estereotipo, me da un poco de rabia que exista. Como si al llegar a una edad y te tuvieras que quedar en casa, tranquila. Todos los seres humanos somos deseantes. Está el deseo sexual, pero también el vital, las ganas de hacer cosas. A los 50 sigue habiendo hambre.
Recuerdo en uno de los cursos de Escritura creativa (es mi actividad principal, a lo que me dedico), en Galapagar, el tema era «Literatura y mujer». Eran casi todo alumnas, mujeres. Y había una en particular, Maribel, que me decía: «Marisa, a veces me miro al espejo y no me reconozco, me sorprende no ver a la chiquilla de 20 años». Y es que es así, es esa la sensación, a pesar de tener más edad, de tener un bagaje intelectual mayor, etc. en el fondo hay un espíritu jovial parecido al que teníamos entonces. Con el cuento de Ilsa trato de reivindicar ese atractivo que sigue habiendo en el ser humano en general, en las mujeres en particular.
Cómo llegaste aquí, Marisa, cuál es tu historia.
Llegué a Madrid con 10 meses de edad. Estudié en un colegio de monjas. Siempre me interesó leer y escribir. Cuando empezaron a interesarme los chicos se lo contaba a una de las monjas, con la que mejor me llevaba, y ella llegó un momento en el que me dijo «Es que yo no sé cómo ayudarte… ¿por qué no escribes». Y empecé a escribir, al principio mis problemas, lo que me preocupaba. Y luego historias tipo Corín Tellado, historias de amor, etc. Y luego, ya con veintitantos años, me crucé con una chica que iba a un taller de escritura creativa, me enseñó uno de los cuentos que había escrito. Anualmente en este taller publicaban los relatos. La verdad es que el de esta mujer me pareció aburrido, y es cuando pensé que si ella lo hacía, si ella podía, por qué no yo; fue un acicate. En ese taller pasé algunos años. Tuve un par de maestros bastante buenos, Enrique Páez y Ángel Zapata. En aquella época también empecé a estudiar Filología hispánica. Alternaba: estudiaba, asistía a las clases y además empecé a impartirlas.
Y es por lo que empiezas tan tarde a escribir, entiendo, te falta ese cuarto propio, ese tiempo que dedicarle.
El cuarto físico sí que lo tenía, pero el interior me costaba tenerlo. Publiqué algún relato en alguna antología; este libro se fue fraguando muy lentamente.
Eliges relato en vez de novela. Por qué.
Estuve trabajando una novela en uno de los talleres. Una novela erótica, protagonizada por una mujer. Esta me permitió darme cuenta del trabajo que requería, que no es que el cuento requiera menos trabajo o sea más sencillo, pero sí que me pasó que a medida que escribía, a lo largo de esos nueve meses del taller, el tono, la profundidad de los capítulos, no eran los mismos en abril, mayo, que los de octubre. Habría que haber vuelto a revisar todo… El cuento me encanta porque puedes idear universos muy diferentes en el mismo libro. Me parece que el cuento puede transmitir un universo entero en un espacio limitado. El segundo relato de Como nosotros, por ejemplo, que es muy muy cortito, no tiene nada que ver con el primero. Y sin embargo las mujeres también están ahí, forma también parte del todo.
Escribir para ti ¿está más cerca de la diversión o de la tortura?
Ay, pues las dos cosas. Es verdad que «sarna con gusto no pica». Durante la presentación en Cafebrería, aquí en Madrid, que fue más un juego de preguntas y respuestas que soltar cada una su speech, ya empecé a fantasear en el próximo libro. Desde luego es un placer. Me pasa cuando escrito que pienso en el qué, en el cómo y en el desde dónde. El cómo es la técnica narrativa, el desde dónde son las tripas y el qué es el tema, la última capa. Y en esa capa, las últimas revisiones, es donde está la tortura, los quebraderos de cabeza, ¿lo estoy contando bien? Pero es más placer que tortura, en cualquier caso.
Todos los cuentos tienen un trasfondo erótico.
Sí. A mí me parece que el erotismo es transversal a la vida. Almuden Grandes. Recuerdo en su momento cuando cayó en mis manos Las edades de Lulú. Tenía miedo de que me influyera demasiado. Me encontré en su día con un artículo que hablaba del premio La sonrisa vertical, que estaba desapareciendo porque o había calidad literaria o tensión erótica, pero que encontrar las dos juntas era muy difícil. Me encontré con que grandes escritoras y escritores usaban pseudónimos para escribir literatura erótica. Y, bueno, una cosa fue llevando a la otra. En la escuela de escritores soy quien da el taller de literatura erótica. Me pareció un campo riquísimo cuando me puse a investigar. En mis relatos el erotismo aparece en muchos planos, a veces de fondo, a veces de manera explícita. «La ficción es una mentira para contar una verdad», dice Ángel Zapata. Es una frase que he hecho mía.

Para Marisa Mañana existe una erótica de la cotidianidad, que no pasa necesariamente por el sexo, porque la sexualidad está presente en cada instante de la vida. Y es desde allí que Como nosotros se torna un libro revelador y transgresor, pues desborda las percepciones que del erotismo tenemos y nos obliga a reformular las ideas previas que nos condicionan.