Recogemos la palabra vida y no sabemos
dónde colocarla ahora
Aquí la luz no es justa,
no llega ni siquiera a suficiente,
es una luz inquieta,
animal,
recién nacida,
no tiene aún vocación de luz,
es un instante.
Bajo ella se insinúan los colores,
tímida parpadea, luz asustada,
aquí la luz se muere de inocencia,
deja paso a otra luz,
constante, sabia, otra
luz correcta.
Muere la luz nueva y su belleza.
Queda la mediocridad de luz,
luz de costumbre,
luz fiel, egoísta luz fiel,
vendida y vieja.
A ella agradeced cada mirada.
La primera parte comienza hablando de esta ausencia, ―a veces ruina, a veces enfermedad―, de ese no tener dónde ―en quién― guarecerse, del dolor descarnado. Hoy hace mucho frío por su ausencia, nos hace tanto frío en esta casa como si se hubiera vuelto transparente. Recogemos la palabra cáncer con la imposibilidad en las manos, recogemos el color amarillo y el derrumbe. En la segunda parte se alza la casa. Y con ella una esperanza que se abre paso. Y en esta segunda parte aparece el verso que señala: Existe la posibilidad, existe la casa. Vamos a ser salvados. Intentar la casa encierra esa esperanza de casa, pero intentar no significa necesariamente conseguir. Construir, reconstruir. No es fácil. Hablar de casa es hablar de padre, hablar de madre, hablar de hermana. Y mientras tanto qué. Mientras tanto la poesía: Te espera la metáfora, refugio, la letra mece y besa si te acercas te canta vientre-nana, su caricia. La poesía y su misterio. La belleza, las imágenes, el ritmo. Cada verso. Cada título.