Primera parte
Tus recuerdos me conducen al momento exacto en que
me clamaste libertad. Indomable, partías el cielo en dos.
Indomable, eras la fuerza de tu voz.
Pero, Elio, las luchas no son eternas.
Ya te dije que podías hacer de todo menos
tocar a alguien.
Capítulo 1
A Travesía no se llega buscando un final. No se puede hallar en un lugar donde los finales no existen. A Travesía se llega porque se ha tomado un atajo y solo allí pueden convivir las maldiciones. Claro que ninguno de sus prisioneros imaginó jamás que un pacto milagroso pudiera convertirse en un estigma. Que el doble filo con el que siempre amenaza un oscuro hechizo estuviera tan afilado por sus dos lados. Que convulsionaría sus vidas hasta retorcerlas sin sueños, sin opción, porque el acierto habría sido no pedir ayuda a Gronlog, Señor de lo Inevitable, Obrador de Prodigios, Fuente de Sacrificio y Dador de Fines.
Aunque de ello muchos se olvidan, o no desean recordar que, por mucho que Travesía parezca ilusoria, no es más que una cárcel. Una cárcel que todos ellos han construido juntos. Aparentemente apacible; en realidad, infinita y devastadora.
Eso es lo que se repite Nevan al salir de su piso y dar la bienvenida a un nuevo día en el mundo que él mismo creó. Una sombra del auténtico, tal vez perenne, tal vez extinto, en otra dimensión muy diferente a esta. Lo único que le consuela es que las calles no solo estén inundadas de ecos, sino también de seres humanos que, como él, fallaron al confiarle su último aliento a la peor criatura del universo.
Y, pese a que quiere sentir orgullo, pues muchas de las personas que fueron cautivadas por las falsas promesas de Gronlog prefieren alojarse en su mundo que crear uno propio, Nevan no puede dejar de pensar que siguen atrapados y sobreviviendo a una maldición que los envenena más y más.
—Dicen que los hostigadores están entrando en otros mundos.
—¿Por qué?
—Ni idea. Al parecer, los están devorando… —masculla Esttie, aterrada ante la posibilidad de que los acólitos de Gronlog irrumpan en su hogar.
—¡Buenos días, Nevan! —interrumpe Corain a su amiga, un mohín torcido y las palabras torpes.
—¿Ocurre algo, chicas?
—¡No, no!
Nevan enarca una ceja, en cambio, ambas sueltan unos susurros inquietos y se marchan. Se cruza de brazos y permite que las palabras de esas dos humanas a quienes acogió no hace mucho —o eso cree porque en Travesía el tiempo engaña— calen. ¿Hostigadores vigilando? No le extrañaría que Gronlog hubiera inventado otra manera más de atormentarlos en ese interminable castigo. Pero ¿devorando mundos? Alguien ha debido de propasarse para que el Dador de Fines haya despertado y reaccionado con tanta contundencia.
En caso de que sea verdad que los hostigadores están asaltando a sus prisioneros.
La panadería que se encuentra en la esquina opuesta a su casa deja que el aroma a pan recién hecho y chocolate fundido inunde las calles. Nevan casi puede advertir el vapor que desprende la bollería enroscándose alrededor de su cuerpo, invitándolo. El local está regentado por ecos que ni le pedirán dinero ni preguntarán por qué decide comerse seis cruasanes rellenos de crema si es tan temprano. Travesía no conserva las normas del que fue su mundo en el pasado, no todas. Los ecos hacen que sea más frío, antinatural. Sin voluntad, solo le recuerdan que sigue atrapado, aunque no lo merezca.
Pese a las zarzas invisibles que ciñen su corazón, entra en la panadería con una de sus habituales sonrisas, una a la que ni los ecos pueden resistirse aun siendo cáscaras vacías. De hecho, Klint, el único humano que hay ahora mismo en esa cola que simula esperar, se pierde un segundo de más en la perfección de sus comisuras.
—No has cogido número —dice Klint, que enseguida contiene una carcajada ante el chiste.
Porque, si quisieran, podrían apartar a los ecos sin que estos se quejaran para ser los primeros de la fila. Sin embargo, se han convencido a la fuerza de que es más fácil fingir que esa cotidianidad es real, que todavía son más que mera utilería, distintos a las criaturas que los rodean.
—Tampoco he madrugado.
—Madrugar —suspira Klint junto a una mueca que ya augura otra carcajada—, el mejor método de tortura en un lugar donde no pasa el tiempo.
—O de llevarle la contraria a Gronlog —responde Nevan, irónico y encogiendo un hombro, aunque en su pecho se derrama la crueldad de que es cierto: allí no transcurren los segundos, por mucho que en ese mundo de Travesía que él construyó amanezca y la luna mantenga sus fases.
—Bien visto.
Tras un par de bromas más, Klint pide un surtido salado y se despide con un guiño.
De dónde procede cada uno es un misterio, o todos juegan a que lo es. En Nevan, los recuerdos se solapan y se despedazan como alimañas famélicas, aun así, algunos resisten bajo la piel y las pesadillas. Quietos, casi puede asirlos y regresar a esa realidad antes del error, a los deseos rotos y a aquellos ojos castaños, teñidos de un arrepentimiento que nunca se cree al evocarlos. A su hermano pequeño, Aidan.
—¿Qué deseas, Nevan? —repite el eco tras el mostrador, una pregunta en bucle que solo enmudece cuando el chico alza la mirada por fin.
—Toda la bandeja de cruasanes.
Ningún eco se sorprende, al fin y al cabo, solo existen para rellenar huecos y dar la sensación de que en esa ciudad impostada hay vida. Nevan coge la bolsa que ese disfraz de humano le tiende con un gesto amable pero rígido. Demasiado calculado. En ellos, todo es una representación, y aunque le gustaría, Nevan jamás se ha atrevido a imaginar qué hay en las bambalinas de Travesía. La tenebrosa maldad de Gronlog penetrando incluso en los detalles inocentes.
Sale pensando que no será capaz de comerse tanto cruasán él solo. Las leyes en los mundos de Travesía obedecen, en parte, a su constructor, como si fuera una ventaja; sin embargo, el hambre, la sed o la muerte siguen rondándolos. Lo importante es sobrevivir hasta que Gronlog decida si el prisionero ha saldado su deuda. Si merece un final en esa extraña y esclava inmortalidad.
Con un rumbo fijo, Nevan pasea saludando a los humanos y obviando a los ecos. Ante él se abren las calles espaciosas y pulcras que imaginó a su llegada, una copia idéntica de los lugares en los que tenía prohibido aparecer durante su anterior vida. Ornamentos de hojas y frutos decoran edificios que mezclan estilos, balcones de hierro salpicados de pétalos y ventanas amplias por las que se cuela un sol que pocas veces permanece oculto tras las nubes. Un mosaico irregular de fachadas cuyas cúspides alternan sus materiales: piedra, teja e incluso azulejos relumbrantes. Pocas esquinas se estrechan en callejones, ninguno quiere adentrarse en más oscuridad de la que ya albergan en su interior.
Hay un orden, no un sentido, porque esa es la ciudad de un superviviente que ha visto poco pero anhelado demasiado.
En la siguiente avenida, la calidez de la mañana es fragancia y los colores vibran en las flores que ahora inundan balconadas de piedra, en los iris castaños de Nevan pues su memoria no ha dejado de palpitar desde que se ha despertado. La bolsa de los cruasanes se está poniendo tibia entre sus brazos y aprieta el paso para alcanzar cuanto antes la casa de Elio. Porque Elio es el único que consigue silenciar las guerras que libra a ciegas y siempre cree perdidas.
Sobre el libro
Quédate en tu mundo.
Evita las voces.
No salgas a la oscuridad.
Y, por lo que más quieras, no enfades al demonio.
Las reglas en Travesía son claras, aunque sus prisioneros las aprenden al llegar. Al fin y al cabo, pocos conocen su existencia cuando pactan con Gronlog, un ser capaz de otorgar un gran poder a cambio de un pago. Maldiciones, así llaman a sus poderes quienes se atreven a invocarlo. Hasta que su captor decida liberarlos, solo pueden esperar y sobrevivir a las consecuencias de sus actos. O no.
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